
Hola, soy Sheila y te acompaño con un enfoque somático e informado sobre el trauma para sanar tu mente, tu cuerpo y tus relaciones.
Fui una niña sensible y muy empática.
Mis padres fueron amorosos conmigo y me dieron todo lo que pudieron desde los recursos que tenían, y a la vez, estuvieron poco conectados a sus emociones, por lo tanto, en limitadas ocasiones pudieron atender y acompañar las mías.
Ese, de hecho, ha sido uno de mis aprendizajes vitales en el camino: no podemos dar lo que no tenemos, no podemos cuidar si antes no aprendemos a cuidarnos, no podemos amar sanamente, si no partimos desde el amor hacia nosotrxs mismxs.
Y en eso, en cultivar el amor hacia mí misma, no tuve un buen comienzo.
En mi niñez asumí el rol de la niña “buena” y “obediente”, por lo que me mantuve conectada a las necesidades de mis padres y de otros adultos de referencia, y alejada de mí misma y quién yo era realmente.
Solía poner la mirada en lo exterior para medir mi autoconfianza y valía: el peso o tamaño de mi cuerpo y mi aspecto físico, mi estilo o moda a la hora de vestir, mis amistades y si encajaba o no en los grupos, los objetos materiales que tenía, y por supuesto, mis notas académicas.
Me sentía incómoda en mi propia piel, tenía una mala relación con mi cuerpo, no me amaba ni confiaba en mí misma, me costaba participar en actividades físicas o hacer presentaciones en público porque la atención estaba en mí y carecía de confianza para afrontarlo.
Constantemente me comparaba y me valoraba poco porque no me veía como las chicas de las revistas o TV. A menudo dependía de los kilos que aparecían en la balanza, de las palabras de reconocimiento de otras personas o de las veces que me invitaban a salir, para convencerme de si era lo suficientemente adecuada.
Mis días estaban llenos de estrés y ansiedad, combinados con una alta sensibilidad y represión emocional, continuos pensamientos intrusivos que invadían mi mente y un esfuerzo inmenso en acercarme a los cánones normativos de lo que es ser bella, amable, deseable y cumplidora en base a las expectativas sociales, culturales, sexuales y familiares de mi entorno y de la sociedad en la que vivimos.
La pubertad aterrizó en mi cuerpo pronto, sin tener apenas información sobre qué me pasaba..
Tuve la primera menstruación a los 11 años, estando de campamentos, y el inicio de mi etapa fértil, se dió de frente con las burlas de mis compañeras, que me impregnaron de vergüenza y rechazo / auto-rechazo mezclados en mi ser en esta importante etapa de mi vida.
En mi adolescencia, la presión a la que yo misma me sometía se hizo insoportable y dio paso a la revolución: chicos, suspensos, rebeldía, alcohol, tabaco…
Llegó así el momento de ir a la universidad y comenzar una carrera.
Me hubiera gustado estudiar psicología, periodismo o cooperación internacional, pero ninguna de esas opciones era “adecuada” para contribuir al negocio y expectativas familiares. Así que me instalé en una residencia de estudiantes en Barcelona y estudié Administración y Dirección de Empresas.
Mientras estudiaba, mi madre enfermó de cáncer.
El dolor por su grave diagnóstico me empujó a refugiarme en adicciones poco beneficiosas para mi salud física, mental y emocional. Estaba inhibiendo mi sufrimiento y escapando de afrontar esa realidad.
No tenía herramientas para atender y gestionar mis conflictos internos. No sabía qué hacer con todo aquello que me ocurría.
A mis 21 años, mi madre murió. Y yo me convertí en una mujer “adulta” que se sentía perdida sin aquél faro que la guiara.
Volví a Reus, mi ciudad natal y, allí, traté de llevar a cabo una vida que a mi madre le hubiera gustado: trabajar en un banco para encontrar “seguridad” y “estatus”. Esa no era mi elección personal, así que pronto lo dejé para estudiar un máster en Marketing Internacional, ¡mi deseo era viajar y conocer(me)!
Empecé a sentirme libre y, sin embargo, no sabía qué hacer con esa libertad.
Había vivido mi adolescencia llena de miedos, sin saber cómo cuidar de mí misma y comprenderme.
Pendiente de la aprobación y las miradas externas para caminar mi vida, había entrado en la edad adulta sintiéndome perdida.
Lo que nunca llegué a ver siendo adolescente es cómo dejé de lado mi autenticidad, mis intereses y mis necesidades, a cambio de lo que yo creía que tenía que convertirme para ser aceptada, querida y pertenecer.
Y así, como una mujer adulta, me dieron una beca para trabajar en Singapur, donde conocí a mi pareja y padre de mis hijos. En ese momento, inicié otro camino de búsqueda: ¿a qué quería dedicar mi vida?, ¿cuáles eran mis talentos y fortalezas? ¿cuál era el trabajo con el que de verdad quería contribuir a la vida y mejorar el mundo?
Tras volver de Singapur, y en pareja, viví en Madrid, en Barcelona y en Dublín (Irlanda). Pasé por diferentes trabajos en empresas como Scalextric, G-Star Raw, Google o Twitter, trabajé en exportación, marketing y ventas, y en todos esos lugares acabé sintiendo que no era mi lugar, y pensaba que algo estaba mal en mí al no sentirme plena y feliz en ese tipo de empresas que tantos desean.
Cuando nació nuestra primera hija, Emma, marcó un antes y un después decisivo para mí en lo personal y en lo profesional.
Me dio el coraje para dejar atrás esos trabajos en los que no podía ser yo.
Y, por primera vez, decidí emprender.
Abrí una tienda online de ropa de lactancia y, aunque acabé dejando atrás el proyecto unos meses más tarde, sin saberlo, éste abrió ante mí un nuevo camino profesional que me conduciría, ahora sí, a conectar con mi propósito de vida.
Gracias a mi tienda online, conecté con muchas mamás emprendedoras en Irlanda y, prácticamente sin buscarlo, empecé a asesorarlas y a acompañarlas en sus proyectos personales. Por primera vez en mi vida, algo se presentaba de forma natural.
El embarazo de Bruno, nuestro segundo hijo, aunque deseado, me pilló por sorpresa y me di cuenta de la necesidad de apoyo (y tribu) que anhelaba para criar a dos hijos, junto a mi pareja, en otro país y cultura.
Y me permití soltar mi máscara y mostrar mi vulnerabilidad
En ese momento, sentí la importancia de dejarme acompañar para afrontar, de la mano de varios profesionales, aquello que me impedía sentirme plena y feliz.
Seguí asesorando a mujeres emprendedoras y sentí el deseo de formarme para poder acompañar también a esas mujeres a entender qué les bloqueaba a nivel emocional en sus vidas.
Me formé como Coach Personal y Ejecutivo (certificación ICF) en el Irish Life Coaching Institute en Irlanda y guié mis primeros procesos de coaching.
Creé Peace Explorers, la marca a través de la que ofrecería servicios de coaching a madres, padres y familias presencialmente en Irlanda y online en otros países, incluído España.
Por primera vez en mi vida, me sentí muy conectada a mí misma, a mis fortalezas y a mi propósito. Algo en mí se había colocado.
Hoy día sigo formándome continuamente con multitud de herramientas y disciplinas enfocadas en el bienestar y el crecimiento personal, como el coaching infanto-juvenil y familiar, la inteligencia emocional, las psicología sistémica, la PNL, el EFT, el Mindfulness y la Autocompasión, la Comunicación no Violenta, la mentoría a jóvenes en su paso hacia la adultez, la terapia con Sandplay, entre otras.
En 2019, buscando el equilibrio de nuestra familia y el florecer de nuestros hijos, decidimos regresar a España para instalarnos en Chapinería, un pueblo de la Sierra Oeste de Madrid.
Y aquí, donde hemos enraizado nuestro hogar, se gestó el nacimiento de Mentes Despiertas, ésta que tengo el placer de presentarte hoy y que sigue en desarrollo junto a mi propio camino y despertar.

La adolescencia es una etapa de cambio y transición, un momento crítico en el que forjamos nuestra propia identidad.
Y me parece de vital importancia acompañar y ofrecer herramientas a los adolescentes y a sus adultos de referencia, para que transiten este proceso en confianza con el apoyo de “Mentes Despiertas”
Sé tu misma, abrázate, ya eres completa y suficiente..
Tras todo este proceso comencé a reflexionar y a aceptar todo lo que soy y tengo para ofrecer al mundo, desde mi autenticidad.
Me di cuenta de que ser yo misma es lo que me hace única, que esa es mi fuerza, y solo yo puedo elegir cómo me siento.
¡Y está perfecto sentir de la manera que siento!
¡Y mi valor y mi felicidad provienen de mi hogar interior, no de lo que está afuera ni lo que diga o espere la sociedad ni las personas que me rodean!
¿Estás de acuerdo? ;)